Pàg. 13
El violento temporal había dado vuelta
al pequeño bote.
Sus ocupantes, una pareja joven, fueron
lanzados bruscamente a las heladas y revueltas aguas del mar.
El alcanzó a asir fuertemente la
mano que ella, presa del pánico, le tendía. Intentó avanzar braceando con su
brazo libre, pero los movimientos espasmódicos del cuerpo de la mujer, unida a
él por la mano con la que la aferraba, se lo impedía. No sabía cuanto tiempo
mas podría resistir en esa situación. En su desesperación pensó que el inevitable
final de ella seria también el de él.
Pero no le importó.
No quería morir. Se sintió dominado por un impulso instintivo,
irracional.
Y la soltó.
Luego de haberlo hecho, en un primer
momento tuvo una sensación de alivio. No sentía culpa alguna. Solo pensaba
ahora en concentrarse para ponerse a salvo.
Pero su situación no mejoró, Por el
contrario, empeoró.
Las fuerzas lo abandonaban. Apenas pudo ver la cabeza y los brazos de la
mujer agitándose, que asomaban y desaparecían sacudidas por el furioso oleaje.
Rápidamente fue perdiendo la noción de
todo. Con esfuerzo pudo mirar hacia donde la joven se debatía para mantenerse a
flote. Distinguió a un par de guardavidas que le colocaban un flotador y la conducían a
salvo hasta la costa.
El agua siguió inundando sus pulmones.
Después su cuerpo, como atado a un gran cubo de plomo, se fue hundiendo
inexorablemente en el oscuro y profundo
fondo del mar.
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